Como un completo extraño me desvivo en este cuarto. Escribo esto mientras hago las maletas, de nuevo, todo fue un parpadeo dentro de un sueño. Todo fue un engaño. La vida se trata de coincidencias y despedidas. Lamentablemente, existimos algunos a los que nos duran más las segundas que las primeras. A veces me dura semanas el adiós de alguna chica que conocí en la fila del supermercado.
Yo un niño que creció sin padre, viví en la despedida constante. Lo más dramático y telenovelesco es que murió a la semana de conocerlo; saludarlo la primera y última vez, fue una cerveza helada en un desierto del adiós. Varias camas me han acogido por pocas horas antes de partir a navegar por las calles antes del amanecer. Irse es una forma de vida.
No todo ha sido tan trágico, como cuando trabajé por dos meses y una semana en ese bufete miserable, la despedida me llenó de alegría. Algunas coincidencias permanecen sutiles, arrastrándose a escondidas, infiltradas, las cuáles no puedo decir porque podría terminar en la cárcel. Coincidir con Ricky en el esparrin, (vaya putería autonombrarse en diminutivo y encima con un alias agringado terminado con “Y”) un sujeto más pesado que yo por 10 kilos, evidentemente más alto, fue un milagro. El típico “quiero ser un mamado profesional” que cualquiera quisiera madrear. Fue una gran coincidencia porque sorteamos contra quién subir al ring.
Después de intentar acertar un jab (y ni siquiera alcanzarlo) durante un round completo de 1.5 minutos y recibir todos sus rectos, diez kilos más fuertes que los míos, en la careta. En el segundo round me tiró una derecha justo cuando me movía a la izquierda, por instinto me agaché y al quedarse sin guardia, por reflejo solté un gancho de izquierda que aterrizó entre su fuerte abdomen y sus costillas. Cayó hincado. Cuando me abruman las despedidas, más me vale recurrir a esas tontas coincidencias de las que uno sale bien librado.
Por eso, siempre me voy, para que mis alegrías sean causa de esos pequeños detalles, de lo contrario si echo raíces en algo o en alguien, el día que caiga y termine no habrá más que vacío. Ahora no juzgo a mi padre. Quizás esto sea un ciclo sin fin. Yo tampoco conozco a mi hija. Me abruma la idea de pensar que tan solo con verla la amaría tanto que, me dolería en el alma, tan solo el hecho de imaginar que pudiera existir una despedida después de esa enorme coincidencia.
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